¿Qué sientes cuando ves o imaginas una zarzamora? Seguro se te hace agua la boca y tus papilas gustativas empiezan a producir esa sensación agria y dulce, ¿verdad?
Zarzamora es sinónimo de agridulce, por eso algunos sólo la consumen confitada, en jaleas, mermeladas y salsas. Dado que soy adicta al bittersweet, a mí me gustan frescas, si acaso acompañadas de quesos frescos o maduros.
La zarzamora es como otra “cereza” del pastel. Con ella se adornan tartas, mousses y pasteles; viste bien cualquier postre emplatado, como lo hace un buen accesorio en una mujer.
Su papel protagónico está sin duda en las famosas crepas Blinzet -postre de origen judío, tradicional en la celebración del Shavuot-, esas tortillas delgadas rellenas de queso crema, ricotta o cottage, cubiertas con puré de zarzamora y zarzamoras.
Así como en la exquisita Tarta Linzer (o Linzertorte) de origen austro-húngaro -un tipo de pay cubierto cuya masa se elabora con almendras o avellanas, perfumada con canela, clavo y ralladura de limón- rellena con jalea de zarzamoras, frambuesas o albaricoques.
Para disfrutar de la zarza este verano, he preparado una “Tarta de zarzamoras frescas a la antigua”, mi propia versión de la original tarta francesa de frambuesas frescas.
Tarta de zarzamoras frescas a la antigua
Pasta sucreé
Mermelada de zarzamora
Crema batida con glass
Zarzamoras y ralladura de limón
¡A disfrutar!